domingo, 4 de marzo de 2012

Virutas.

Las notas procedentes del viejo tocadiscos salían pausadas, sin prisa, como quien se despereza en una mañana de frío. La lámpara de pie del salón estaba encendida, y la manta arrugada sin muchos miramientos sobre el sofá. Las hojas de un viejo libro escrito en francés estaban abiertas en la página veintitrés mientras que las gotas de agua replicaban en el cristal de la ventana.


Tap, tap, tap.


Carlota les prestaba poca atención, estaba demasiado ocupada mirando cómo el helado de chocolate que tenía entre sus piernas se derretía cada vez que metía la cuchara. Estaba tan absorta en aquel delicioso manjar que no escuchó el ruido de la puerta al abrirse, ni tampoco se percató en los ojos azules que la avizoraban sentada en la encimera de la cocina. Le gustaba sentarse allí y esperar a que él llegase del trabajo todas las tardes, sonreír al verle entrar y ser recompensada con un beso. Aquel día ni si quiera hizo falta que levantase la mirada para recibir su beso.
-No me gusta que llueva.-Murmuró Carlota con los labios aún manchados de chocolate.-No puedo salir a pasear por la playa...-Javier la besó de nuevo, machándose él también.
-Pero en cambio, a mi, los días de lluvia siempre me recordarán a ti.


El chico se separó de la encimera y salió de la cocina camino a la habitación. Pocos segundos después, ella le siguió con sigilo, sin hacer ruido con sus pies descalzos, mientras observaba como él se desvestía, recordándole a todas esas veces que él esperaba apoyado en el marco de la puerta a que ella hiciera todo lo contrario.
Hacía tiempo que Javier y ella vivían juntos, un par de meses después de que se enterase de la noticia de que tendrían su propio milagro. Julia no había dicho nada tras su marcha, pero el escritor sabía que había sido un duro golpe para ella. No solo se iba con una chica mucho más joven, sino que ella iba a darle lo que Julia siempre más había anhelado. Pero era fuerte y se sobrepondría, y él siempre estaría pendiente de ella, se lo había prometido el día que se besaron por primera vez.


Javier alzó la mirada y se encontró con su pequeña caperucita observándole con ojos de gata, vestida con una sudadera de él y con el pelo despeinado colocado detrás de las orejas. Se preguntó qué hubiera hecho si aquella muchacha de labios coral no se hubiese colado en su vida. Seguramente, estaría encerrado en cualquier bar de mala muerte buscando líneas de una historia que no le pertenecía. Era el momento de continuar con su historia.
Hacía días que las palabras no fluían, que estaban atascadas en una tormenta peor que la que había fuera. Sólo ella era la única capaz de devolverselas, y Carlota lo sabía. Sabía que él necesitaba volver a escribir tanto como respirar, por ello, le ofreció una pizca de su numen.


-Te regalaré un beso por cada línea que escribas.
Y desapareció de nuevo en busca de su helado.

2 comentarios:

  1. Preciosísimo. Y la canción de Marwan un acompañamiento perfecto...

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  2. (oh, cómo echaba yo de menos
    estas letras tan tuyas, tan acostumbradas a dejarme sin una pizca de palabras para poder expresar por aquí)

    siento la tardanza,
    el haberme ido sin más,
    he traído una bolsita de crêpes
    para compensar :)

    abrazo muy, muy
    fuerte.

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