miércoles, 25 de enero de 2012

Tiptoes.

Él la observaba desde el marco de la puerta, llevaba más de una hora sentada en el tocador arreglándose para la cena, aquella noche iba a ser una noche especial en el faro. Ambos saldrían a cenar y después a pasear por la playa, quizás como una noche normal y corriente como otra, pero en el ambiente se notaba que aquella noche tendría algo distinto. El aire tenía cierto olor dulzón, a azmizcle mezclado con jazmín. Se notaba la magia en el ambiente.

La ropa de ella estaba estirada sobre aquella colcha bordada a mano mucho tiempo atrás. Había un vestido azul cielo con brillantes turquesa, un pañuelo blanco, y, a los pies de la cama, unas sandalias del mismo turquesa con unos cierres metálicos. Aquella noche había decidido cambiar su rojo de siempre por un azul, aquella noche no quería ser una tigresa como era siempre, sino quería disfrutar del amor. Porque aquello, señoras y señores, era puro amor.


Él ya estaba vestido (como siempre) y se dedicaba a contemplar a su Caperucita mientras se maquillaba. Un delineador estaba colocado entre sus dedos y se deslizaba con suavidad sobre su párpado derecho mientras ella hacía una mueca con la boca abierta. Él se rió, cómo le gustaba aquellos gestos de inocencia que mostraba sin darse cuenta, en el fondo, todavía era una niña encerrada en el cuerpo de una mujer. Una sombra de ojos siguió al lápiz, y al lápiz unas pestañas postizas para dar más volumen a las suyas. Rimel, colorete... Y su parte favorita, los labios. Esta vez se decantó por un rosa con ligeros toques fuscia, aunque poco le duraría puesto, de eso estoy segura.

Ella le miró a él a través del espejo mientras acercaba un pincel a sus labios. Observó su hermosa sonrisa, blanca, recta, con unos dientes como perlas, unas encías coral y unos labios perfectos para besar. Ascendió su mirada a los ojos. Aquellos ojos azules... Tenían un fondo de color azul humo con motas lapislázuli desaparramas sobre el íris. Podían desprender pasión, cariño, complicidad, miedo, felicidad... pero también frialdad. Ella lo sabía muy bien. Sabía que tanto el fuego como el hielo quemaban, y ellos dos eran así, fuego y hielo. Continuó deslizando el pincel sobre sus labios dirigiéndole una mirada seductora mientras él le reía las gracias.

-¿Qué pasa? ¿Quieres que te pinte a ti también los labios?

-¿Por qué no me los pintas con tu boca?


Ella se levantó del tocador y se acercó a la puerta, donde él estaba. Iba vestida únicamente con un conjunto de ropa interior blanco de encaje, pero aquello no pareció importarle... al menos, no a ella. Porque él sí que se había fijado en la manera que el sujetador alzaba sus pechos, o el culotte se marcaba en sus nalgas. Con cuidado, se puso de puntillas y se acercó a sus labios, a excasos milímetros de rozarse. Se miraron a los ojos. Los de él naturales y los de ella marcados por una nube de polvo regaliz sobre la línea de sus pestañas. Atraídos como dos polos, comenzaron a besarse. Al principio con delicadeza, pero más tarde con pasión. Estaba claro que la cena podía esperar...

3 comentarios:

  1. *-------*
    (me encanta, me encanta, me encanta). La cena en estos casos puede esperar y posponerse para la noche siguiente, tienen muchos besos que repartir y muchos labios que enrojecer :)

    <3

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  2. I hate you but I love you...

    Y sabes por qué.

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  3. Como me gusta!! Ahhh!! ^^
    Pasate por mi blog http://todostenemosunsecretoyesteeselmio.blogspot.com/

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Toc, toc... ¿Hay alguien en casa?