sábado, 28 de noviembre de 2015

Atardeceres de medio día.

Ya no puedo dormir con los pies fuera de la cama, no vaya a ser que venga tu recuerdo y se acueste con la nostalgia. Los tres no entramos en tu hueco, por mucho que lo intentemos. El corazón se me ha dado de sí de tanto abrazarnos. Para qué taparme la cara si es el pecho lo que me duele. He llegado al punto en el que dudo hasta de mis propias certezas. He olvidado mi nombre y me he quedado con la corteza del árbol donde grabé tu historia. Que los domingos son los días oficiales de echar de menos lo sabemos todos, pero de salir de ti aún no tenemos ni la menor idea. La montaña rusa que era tu espalda ha pasado ahora a ser mi vida. Nadie avisa de lo que duele soñar a veces, tampoco de lo que duele no hacerlo. ¿Con qué sueñan los que no tienen miedo? Me inventé un 'tal vez' para poder cerrar los ojos sin sentir vértigo. He llorado en tantos pechos que el mundo entero se ha quedado sin rímel. Le he puesto un cascabel a mis miedos, no vaya ser que aprenda a vivir sin ellos. Deja la luz de la mesilla encendida, por si acaso. Se ha quedado tu olor en el cenicero de todos los cigarrillos que no he encendido. He puesto un cartel de busca y captura por toda mi casa; si alguien me encuentra, que me avise, que yo ya me doy por perdida. Me hice cenizas, soplaste y se perdieron hasta las flores. Creo que debería decirle a mi corazón que me voy, que así no podemos seguir. Ven, vuelve, que te voy a sonreír como no te han sonreído nunca. Apunta. Dispara.


Si me preguntas que por qué tanta incoherencia, te diré que después de ti, la coherencia puede irse a la mierda.

1 comentario:

Toc, toc... ¿Hay alguien en casa?