lunes, 14 de junio de 2010

100.

La lluvia ya estaba más o menos calmada. Era raro, pero él siempre aparecía los días de tormenta y hacía que el cielo se calmase. Pero por mucho que el cielo estuviese calmado, algo en mi se desataba.
Eramos dos extraños. Dos extraños que se conocían demasiado bien como para dejarse escapar. Caminamos, no charlamos mucho, pero nos lo dijimos todo en aquellos cigarrillos compartidos. Había palabras sencillas, banales. Pero su silencio me preocupó.

-Te has quedado callado... ¿En qué piensas?
-En que debería haberte llevado a casa y haber vuelto a la mia.
-Con tu mujer.-Contesté. Claro, era una boba. ¿A qué coño iba a aspirar? Estaba casado...
-A casa y punto, lo de Julia es... No necesitas saber más, ¿Carlota?

Se sabía mi nombre. Sa-bí-a-mi-nom-bre. ¿Cómo? Nunca se lo había dicho. Me traía de cabeza. Sonreí. No iba a demostrar sorpresa, allí tenía que ser yo la que diese el paso.

-¿De qué tienes miedo, Javier?
-Cuando no sientes nada, no tienes miedo.
-¿Y tú no sientes nada?
-No sé si quiero seguir conociéndote.

Continué andando. ¿No quería conocerme más? Ambos estabamos jugando, y a mi, me gustaba jugar. Él era el lobo, y yo una chica inocente que quería dejarse comer. Reí. Cantarina. Dulce. Como una niña, como lo que era.

-Pues si no quieres conocerme, tú te lo pierdes.

Otra risa. Él me seguía, tratándome de alcanzar. Yo corría a pesar de mis tacones, él me alcanzó. Y pasó. Me besó. Era lo que más deseaba. Y había estado buscándolo. Mi pulso se aceleró. Y algo en él también cambió. Sabía que me iba a besar. Lo tenía planeado. Y dándome la mano, salimos corriendo de allí.
Otra risa. Y un pequeño beso. Una nave vacía. Cogió mi rostro entre sus manos y me besó de nuevo, un beso que no tenía nada que ver con el anterior. Pero NADA. Era pura pasión. Había deseo. Había...

Rompí su camisa. La desabroché con furia. Le quería más cerca. Aún más.
Él me mordía. Mi cuello. Mis mejillas. Mis labios... Arañé su pecho, su espalda. Todo lo que pudiese ser mio en aquél momento. Desabrochó la cremallera de mi vestido, quitó mis sandalias con cuidado y me tumbó en el suelo.
Nos miramos a los ojos cuando me volvió a besar. Nuestros cuerpos calientes latían. Juntos, al unísono, como una mezcla perfecta. Él me acariciaba y yo gemía.
Sabía que me estaba mirando y por aquello mismo, le deleité lo mejor que pude. Me retorcía entre sus brazos, gemía, y todo en mi daba vueltas. Hasta que llegó el momento. Lo sentí. Era fuerte. TREMENDO.

-Ja... vi... er...

Aquello le terminó de volver loco. Le acerqué a mi. Le quería dentro. Muy dentro.
Y así fue. Como quien pide un deseo a una tarta de cumpleaños. Me complació.
Acompasamos nuestros movimientos, acompasamos la respiración hasta que... Él se desplomó encima de mi. Fue algo profundo. Grutural. Y no se movió.
Acaricié su pelo mientras él escuchana mi corazón. Mi corazón que no paraba de latir como si fuese a explotar.

-Ha empezado a llover otra vez.-Le dije, suspirando.
-Por mi como si diluvia.-Contestó.

4 comentarios:

  1. Es una historia preciosa y horrible al mismo tiempo. Odio el asunto de los hombres casados con niñas, pero esta historia tiene algo mágico que me lo hace más soportable.
    Genial escrita, como siempre =)

    ResponderEliminar
  2. Pues que dificil situacion, pero si es amor, entonces ni como decir pero...

    ResponderEliminar
  3. Él deseo gana y a él le gano el deseo de besarla.
    GRAN HISTORIA :)

    ResponderEliminar

Toc, toc... ¿Hay alguien en casa?