jueves, 20 de agosto de 2009

Rojo pasión.


Brillaban, brillaban más que nunca aquellas (puñeteras para algunos) lucecitas altas en el cielo. Era una noche sin luna, pero una noche serena. Podías oir (escuchar, tararear, disfrutar) el ruido de las olas estrellándose contra el acantilado más alto de toda la ciudad.
Como siempre, ella se encontraba allí aquella noche, mirándo la inmensidad del océano que la rodeaba. Era su acantilado (su de ella, posesivo). Había venido sola, dando un paseo.
El aire mecía el cabello de ella, tan largo como el que un día llevó, tan corto como el que llevará.
Esta vez no lloraba por todo el año que le había hecho Ruben, tampoco lloraba por no poder tenerle junto a él; simplemente, no lloraba. Había decidido hacerse mayor.
El aire no solo le trajo caricias, sino que le trajo un profundo olor a rosas, a rosas y a jazmín.
Y aquello la ruborizó, la ruborizó tanto que agradeció la mano que se posó en sus ojos.

-No digas nada más.


“Sin más palabras, sin más suspiros que el de tu voz.”

Y no fue la única noche de amor en aquél acantilado.
Pero tampoco fue la primera para ninguno de los dos.



Me buscas y no estoy.
Te encuentro y no sé dónde.

4 comentarios:

  1. Es precioso. Lo mejor son las manos que ya conocemos o llevamos tanto tiempo buscando.
    Un beso.

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  2. Lo peor es despertarte y ver que la noche de pasión ha acabado y ya no queda nada...
    Adoro a esta caperucita...Espero que algún día caperucita azul, salga en caperucita feroz ^^
    Te quiero y muchas gracias por todo...

    Yuls

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  3. Los acantilados quitan la respiración a cualquiera. Como todas y cada una de tus historias.

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  4. Hacerse mayor no significa dejar de llorar, aguantar las lagrimas.
    El texto es precioso.

    Un beso :*

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Toc, toc... ¿Hay alguien en casa?